HAVE FAITH - ORTHODOXY
El Decálogo
Los dos primeros mandamientos
El primer mandamiento recuerda la verdad esencial del Antiguo Testamento: hay un solo Dios y es Él solo en quien está nuestra vida. "Yo soy el Señor tu Dios y no tendrás dioses ajenos delante de mí." El segundo mandamiento explica el primero: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás a ellas, ni las honrarás."
Esta es una amonestación contra el culto pagano de dioses falsos. Existen todavía hoy idólatras inconscientes, aún entre los cristianos: todos los que toman por valor supremo cualquier valor relativo, por ejemplo el triunfo de su propio pueblo, o de su raza o de su clase social (así todas las especies de patriotería, de racismo o de comunismo). El que lo sacrifica todo por el dinero, la gloria, la ambición o la satisfacción personal, se fragua un ídolo y lo adora. Todo cuanto es traición contra Dios, sustituyendo la mentira por la verdad, y al mismo tiempo subordinando el todo a una parte, lo más elevado a lo más bajo.
Esto es una desnaturalización de la vida, una enfermedad, una monstruosidad, un pecado que lleva al mismo idólatra a su propia ruina y muchas veces a la de otras personas. Es por eso que puede considerarse el segundo mandamiento como una amonestación contra todo pecado en general.
El tercer mandamiento
El tercer mandamiento — "No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano" —salvaguarda la base de nuestras relaciones con Dios, la oración. Es por su Palabra que Dios creó el mundo. La Palabra de Dios se hizo carne y nuestro Salvador. Es por eso que nuestra palabra también (no olvidemos que estamos hechos a la imagen de Dios) tiene una gran potencia. Debemos pronunciar cada palabra con prudencia y en particular el Nombre de Dios, que nos ha sido revelado por El mismo. Hay que emplearlo solamente para rezar, bendecir o para enseñar la Verdad.
Tomando en vano el Nombre de Dios, acabamos por olvidarnos de cómo emplearlo justamente y debilitamos nuestra facultad de unión con Dios. El Señor Jesucristo nos pone en guardia contra el juramento (Mateo 5: 34-37). Más perniciosos aún son la blasfemia, la murmuración contra Dios, el sacrilegio y la jura. Pero toda palabra falsa o mala tiene un poder destructor: puede destruir la amistad, la familia, naciones enteras. El Apóstol Santiago afirma vigorosamente la necesidad de refrenar la lengua (Santiago 3: 2-10). Si Dios y su Palabra son la Verdad y la Vida, el diablo y su